Kuczynski, ¿mal comienzo
o solo un resbalón?
Alberto Chirif
El
voceado ministro de economía del gobierno que se instalará el próximo mes de julio,
Alfredo Thorne, ha declarado que es necesario parcelar las tierras comunales
para que “cada dueño individual de esos predios los pueda vender a
los mineros o a los agricultores". Como medida práctica propone una suerte
de zonificación, no para ver dónde se pueden realizar qué actividad y donde no
(algo que hasta ahora todos los gobiernos se han negado a hacer, incluyendo el
de Humala no obstante haberlo prometido) sino para saber dónde están las
propiedades comunales, después de lo cual, concluye, “simplemente [hay que] intercambiar los títulos comunales
por títulos individuales". Todo muy fácil.
Con una
ignorancia sobre el tema aprendida de De Soto, debe suponer que con el dinero
que ellos obtengan podrán iniciar negocios prósperos que les den la riqueza que
sus tierras comunales le han negado hasta ahora, o adquirir dinero suficiente
para disfrutarlo, mientras consiguen un empleo en otra actividad. Thorne no
considera el déficit de empleo del país (de acuerdo al INEI el porcentaje de
desempleados alcanza el 18.3%) ni la desigualdad con la que se enfrenta un
vendedor comunitario con un comprador empresario en el mercado. Hace poco
denunciamos (ver Deforestación en
Tamshiyacu: ¿En qué país vivimos?) que la empresa Cacao del Perú Norte SAC
había comprado por 5000 soles, predios de 50 has cada uno.
Pero
su ignorancia va mucho más allá, a tono con la de su mentor. En primer lugar
ignora que las comunidades, que son los núcleos de asentamiento de pueblos
indígenas, no conciben la tierra como una mercancía canjeable por dinero en el
mercado, sino como parte de la heredad recibida de sus ancestros y que ellas
deben legar a las generaciones venidera. Esa es la razón por la cual la
legislación, tanto nacional como internacional, considere que la titulación de
sus tierras es un proceso para regularizar administrativamente una propiedad
que ya es de ellas y no para darles una propiedad que no tienen.
Ignora
también que en las comunidades (según información del Ministerio de
Agricultura), se produce el 70% de los alimentos que se consumen en el país,
pero que ellas, más que centros colectivos de producción (que nunca lo han sido
porque cada persona posee una parte de las tierras) son espacios de desarrollo
de ciudadanía (eso que cada vez falta más en el Perú), en los cuales las
personas aprenden valores de convivencia, solucionan conflictos internos y
desarrollan trabajos colectivos para beneficio de todos: en el caso de las
comunidades andinas, la limpieza de reservorios de agua y canales de regadío, y
en ellas y en la amazónicas, de mantenimiento y restauración de servicios
comunes, como escuela, posta de salud, caminos vecinales,
campo deportivo, pista de aterrizaje y otros. Y por supuesto, de celebraciones
de festividades, patronales u otras que tocan fibras culturales más internas
(inauguración de maloca, floración del pijuayo) que proporcionan a los individuos
la calidez de la envoltura social.
Thorne
ignora asimismo la legislación que garantiza los derechos de las comunidades y
pueblos indígenas, comenzando por la misma Constitución que, no obstante la
anemia que muestra para el reconocimiento de sus prerrogativas, señala que la
propiedad de las tierras comunales es imprescriptible y le otorga a los
tratados internacionales suscritos por el Perú no solo la condición de leyes
nacionales (Art. 55º), sino también un valor por encima del de las leyes comunes
y de la propia Constitución. Al respecto, establece: “Las normas relativas a los derechos y a las
libertades que la Constitución reconoce se interpretan de conformidad con la
Declaración Universal de Derechos Humanos y con los tratados y acuerdos internacionales
sobre las mismas materias ratificados por el Perú” (Ver Disposiciones Finales y
Transitorias. Cuarta). En otras palabras, lo que dice la Constitución y las
leyes sobre el derecho de propiedad de las comunidades, debe ser interpretado
de conformidad con dicha Declaración y también con la Declaración de ONU sobre
derechos de los pueblos indígenas y con el Convenio 169 de la OIT.
De
las declaraciones de Thorne resulta sorprendente que las medidas propuestas hayan
sido diseñadas con la finalidad de allanarle el camino a las empresas mineras,
sin tomar en cuenta los intereses de las comunidades. Si las comunidades
quieren vender sus tierras, lo pueden hacer. No existe nada actualmente en la
legislación que lo prohíba. Pero si no quieren hacerlo, el Estado debe respetar
su decisión, sobre todo cuando ya muchas de ellas, a través de sus
organizaciones representativas, se han pronunciado en ese sentido. No se trata
entonces de hacer fáciles las cosas para un “intercambio de títulos comunales
por otros individuales”. Así no se respeta la voluntad de comunidades que
persisten no solo en mantener lo que tienen de manera comunal sino que demandan
que se les titulen de esta manera lo que aún el Estado no les ha reconocido.
Me
queda la duda sobre si Thorne ignora el compromiso de PPK con las
organizaciones. ¿O es que, como dijo un representante del Apra cuando se le
enrostró el incumplimiento de promesas electorales hechas por Alan García, que
una cosa eran las ofertas de candidato y otras las realidades de presidente?
Recordándole al Sr. Kuczynski
Señor Pedro Pablo Kuczynski, usted obtuvo el segundo lugar en la
primera vuelta electoral, con 21% de la votación nacional, y ganó la segunda
por un ajustado 50% y décimas en la segunda. Entre la primera y la segunda
vuelta sus electores subieron cerca del 30%. Aunque Ud. toca flauta no tiene la
magia del músico de Hamelín para haber incrementado el número de sus
partidarios de manera tan abrumadora. Sin las campañas de los colectivos que
combaten a su rival, sin el voto de la izquierda, sin el apoyo de los indecisos
(a quienes los dos grupos antes mencionados les ofrecieron argumentos para que
optaran por Ud.) y sin la captación del voto disperso en las otras varias
planchas, sin nada de eso, Sr. Kuczynski, Ud. no hubiera sido elegido
presidente.
Millones hemos votado por Ud. a causa de la angustia, vergüenza
(el Perú único país que elige a sus dictadores) y asco que nos producía la idea
de que los poderes Legislativo y Ejecutivo quedaran en manos de un mismo frente,
que me abstengo de calificar porque para qué hacerlo con las muestras que él mismo se encarga de dar a cada paso.
Hemos votado por Ud. porque creemos que, a pesar del agotamiento en la práctica
del modelo que impulsa su partido, representa una opción más honesta y con
capacidad de diálogo que la derrotada. Pero la honestidad debe demostrarla en
el cumplimiento de su palabra, y si Ud. ha asumido compromisos con las
organizaciones sociales, debe respetarlas. En concreto, con las organizaciones
indígenas Ud. se comprometió no solo a respetar lo titulado sino a titular lo
que aún está pendiente.
Sus rivales derrotados tienen sangre en el ojo y no le van a
perdonar las verdades que Ud. le enrostro durante la campaña y los debates. En
mi impresión, aun las propuestas más coincidentes entre su programa y el de
ellos serán vetadas por el solo hecho de hacerle el camino difícil o, mejor
dicho, imposible.
Ud. es minoría en el Congreso e incluso una alianza con las demás
fuerzas (algunas de las cuales no se aliarán a Ud. porque prefieren a los de la
otra orilla) no le dará mayoría para gobernar. No obstante, a mi modo de ver
debería hacerlo, no con declaraciones, sino con el cumplimiento de sus
compromisos de campaña con las organizaciones: Sutep, CGTP, Aidesep, DDHH y
otras. Eso le dará legitimidad frente a sus votantes y una fortaleza para
gobernar que ahora no puede obtener del Congreso, pero sí de las organizaciones
que con su voto contribuyeron a que su partido gane el Ejecutivo.
De su gobierno dependerá que no volvamos a sufrir tiempos de
terror similares al que hemos tenido durante estas últimas elecciones y, en
especial, durante la segunda vuelta, a causa de la probabilidad de vernos, una
vez más, gobernados por una mafia.
Muchos pensarán que es iluso considerar que un derechista
empedernido gobierne con el pueblo, algo que no hizo hasta hoy ningún
presidente, ni Belaunde durante su primer gobierno de centro ni Humala con su “gran
transformación” que él convirtió en una inmensa decepción. Apelando al beneficio de la duda, quiero
pensar que Ud. honrará su palabra y que las ignorancias de Thorne serán
prontamente desmentidas, y se le encargará, a él y otros ministros, que, en el
futuro, antes de hacer declaraciones ordene su pensamiento a la luz de los
compromisos asumidos por su partido.
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