jueves, 17 de noviembre de 2022

FERNANDO LORES

¿En qué consistió su heroísmo?

 

José Barletti

(Publicado en el diario La Región de Iquitos el 26 de marzo de 2008)


Se cumplen 75 años de la Batalla de Gueppí en la que un chico de 26 años llamado Fernando Lores Tenazoa murió junto a otros de sus compañeros que estaban bajo su mando.

Apenas llegó la noticia a Iquitos, su muerte quedó teñida de una aureola de heroísmo. Parece que este sentimiento se expresó primero en el diario El Eco, donde trabajaba su novia, Cecilia Flores. Solía ella contar que cuando esa mañana llegó al local del diario le llamó la atención que sus compañeros se alejaran del lugar donde día a día se colocaba la lista de los caídos en la guerra que en ese año de 1933 librábamos con Colombia en el Putumayo y que se había desencadenado a raíz de la Toma de Leticia el primero de setiembre del año anterior. A leer esa lista acudían a diario los familiares y amigos de los combatientes. En señal de respeto a su dolor, los compañeros de Cecilia Flores se alejaron del lugar. Sin embargo, cabría preguntarnos si la dejaron sola por respeto a su dolor. ¿No será que actuaron así porque sentían que la muerte de su novio tenía algo de especial, algo de sublime? 

Esa misma percepción se concretizó dos meses después de su muerte, en el mes de mayo, cuando el Municipio decidió cambiar el nombre de la calle donde vivía su familia y donde había transcurrido su infancia y adolescencia. Dejar atrás el nombre de Jirón Pastaza y comenzar a denominarla Calle Sargento Lores ponía de manifiesto que la autoridad edil estaba recogiendo lo que era ya un sentimiento popular. Al respecto, he tenido en mis manos la carta escrita de puño y letra por su mamá, María Tenazoa, en la que agradece al alcalde por el cambio de nombre y le anuncia que está haciendo venir de Ica a Julio, su otro hijo, para que se incorporé al combate y ofrende su vida como lo había hecho su hermano. Tuve la suerte de conocer en 1982 a Julio Lores Tenazoa y guardo en un lugar especial las fotos que tomé en nuestra plaza de armas en las que aparecen él, su esposa y mi hija Cecilia de seis años. Tuve que dejarla a su cuidado durante las horas que duró la ceremonia de conmemoración del cincuentenario de la Toma de Leticia, que fue organizada por Luis Armando Lozano Lozano, alcalde en ese entonces, en coordinación con el Frente de Defensa del Pueblo de Loreto.

En siete décadas este sentir se mantiene. Hay una plaza y localidades de Loreto que llevan su nombre y está vigente la exigencia de rendir culto a su memoria.

Lo que sucede es que, como en nuestro caso, más allá crear un héroe, como suele suceder, existe una decisión no escrita de reconocer su gesta y su gesto. En resumen, lo que se hace presente es que algo sublime sucedió la madrugada del 26 de marzo de 1933.

Sin embargo, todavía no queda meridianamente claro lo que aconteció, lo que hizo Lores. Tengo la impresión que la Historia Militar, la historia oficial, constituye un obstáculo para que podamos expresar con claridad lo que pasó. Hay que tener en cuenta que, pasada la guerra, surgieron serias discrepancias entre algunos jefes militares que habían participado en el conflicto con Colombia. Fue por eso que el alto mando dispuso que no hubiera discusiones sobre el tema. De allí a guardar bajo siete llaves toda la documentación hubo un solo paso.

Desde mi punto de vista, sucedió lo siguiente:

Las cañoneras colombianas Santa Martha y Cartagena, que controlaban el Putumayo, la madrugada del 26 de marzo se acercaban a nuestra pequeña guarnición de Gueppí para capturarla. El capitán peruano, en cumplimiento de órdenes recibidas desde Iquitos con anterioridad, dispuso que se produjera un repliegue por la trocha que llegaba hasta Pantoja en el Río Napo, lo cual se llevó a la práctica. Sin embargo, también encargó a Lores que con su grupo de nueve subalternos (a quienes él llamaba “mis tenazoas”) cumplieran la tarea de “cubrir la retirada”, es decir que se colocarán atrás, en la retaguardia, para distraer a los marineros colombianos mientras el grueso de nuestra tropa avanzaba hacia el Napo.  La pregunta que cabe hacer es si Lores cumplió o no cumplió la orden de “cubrir la retirada”. Mi punto de vista es que no la cumplió y el razonamiento que me lleva a esta conclusión es la siguiente:

Los encargados de “cubrir la retirada” deben seguir la orden primera, es decir replegarse. Sin embargo, lo que hizo Lores no fue replegarse, sino que se quedó con sus “tenazoas” a orillas del Putumayo buscando impedir el desembarco de las tropas enemigas.

Debe haber sido un espectáculo digno de una película ver a estos diez jóvenes treparse a los árboles, disparar y de inmediato bajar para correr un trecho, subirse a otro árbol, disparar, bajar, correr, subir, disparar, bajar, correr, subir, dando la sensación a los atacantes que no eran diez sino mucha gente que les disparaba desde los árboles. Es presumible que les haya tomado tiempo darse cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo y que hayan decidido afinar la puntería ayudados con el largavistas. De esta manera, nuestros combatientes fueron cayendo uno a uno. Ellos son Alfredo Vargas Guerra, Alberto Reyes Gamarra, Reynaldo Bartra Díaz, Pascual Gómez López y otros cinco combatientes más cuyos nombres no están al alcance hasta ahora. No recuerdo bien cual de los cuatro nombrados (creo que fue Vargas Guerra), estando trepado en un árbol, al darse cuenta que había sido alcanzado por las balas enemigas, se lanzó al río con su arma en las manos muriendo ahogado.

Lores y sus tenazoas no estaban cubriendo la retirada. Estaban defendiendo el suelo patrio. En su mente estaba la idea de que, si bien no podían evitar que las botas extranjeras lo manchen con sus huellas, lo mínimo que debían hacer era morir combatiendo y no replegarse.

Ellos no estaban haciendo sino volver a poner en práctica lo que 53 años atrás Bolognesi y su gente habían hecho en Arica. Se trataba de los mismos “deberes sagrados que cumplir” que llevaron a nuestro querido coronel a no aceptar la rendición honrosa que le ofrecían los chilenos. No se podía permitir que botas invasoras capturen suelo patrio sin que corra sangre. “Hasta quemar el último cartucho” fue la consigna en Arica y también lo fue en Gueppí. No rendirse, sin embargo, era una decisión absurda y resultaba una opción sin ningún beneficio práctico, ya que de ninguna manera se podía impedir la pérdida de Arica o de Gueppí. La razón exigía rendirse en Arica y replegarse en Gueppí. Era lo lógico y lo razonable rendirse o replegarse. Pero esta gente querida estaba en otra lógica, en una lógica muy diferente. Estaban en la lógica de Blas Pascal, uno de cuyos pensamientos más hermosos dice así: “el corazón tiene razones que la razón no conoce”. Bolognesi y su gente, Lores y su gente, decidieron no guiarse por las razones de la razón sino por las razones del corazón.    

En el medio siglo transcurrido entre Arica y Gueppí la gloria de nuestros defensores había crecido gigantescamente. En tan poco tiempo el nombre de Bolognesi estaba presente en plazas y calles de todo el país. Su imagen física aparecía por doquier. ¿Qué peruano no tenía grabada en su memoria la imagen del anciano de barbilla bien cuidada con la espada en la mano? 

Nuestro Fernando había servido en el Ejército en su estada en Lima y allí obtuvo el grado de sargento. Al producirse la Guerra del Putumayo volvió a enrolarse. Podemos imaginarlo en la capital diciendo “permiso mi coronel” cada vez que se cuadraba ante el monumento a Bolognesi al salir de franco, tal como lo hacen hoy los cadetes en la Escuela Militar de Chorrillos.

Dejemos a Cecilia Flores, su novia eterna, que hace pocos años pasó a la gloria cargada de recuerdos imborrables, nos cuente lo que ella recogió sobre los últimos momentos de nuestro héroe en Gueppí.

Al desembarcar los colombianos en Gueppí lo encontraron moribundo tendido a orillas del río. El capitán médico se le acercó. Al reconocerlo, Fernando lo escupió y enseguida lanzó su último suspiro.

Cecilia Flores solía repetirnos de memoria la frase escrita posteriormente por este médico colombiano: “Mucho hubiera querido conocer el nombre de este valeroso soldado que es digno de un canto homérico”.

 

La valoración de nuestros héroes no puede significar avivar odios contra los países vecinos, ni fomentar espíritu de revancha frente a acontecimientos pasados. En el caso del homenaje que rendimos a Fernando Lores, el recuerdo y la reconstrucción de su vida y de su heroico sacrificio no puede llevarnos a albergar sentimientos contrarios al hermano pueblo de Colombia. Sin embargo, es indispensable la recuperación del pasado, ya que toda nación tiene necesidad de fortalecer continuamente su identidad y una manera de hacerlo consiste en destacar aquellos acontecimientos en los cuales se han puesto de manifiesto los valores de su gente.

Es una gran aspiración del pueblo loretano que nuestros héroes sean reconocidos como tales por todos los pueblos del Perú, ya que en los diversos conflictos fronterizos que se han producido, ha habido hombres y mujeres que ofrendaron lo mejor de sí en defensa de la soberanía nacional. Algunos de ellos encontraron una muerte gloriosa. Otros no tuvieron la misma suerte y sobrevivieron.

Entre nuestros héroes el pueblo loretano ha colocado en un lugar prominente a Fernando Lores, de tal manera que se podría decir que en su persona se ha acumulado todo el valor patriótico puesto de manifiesto por los que combatieron no solamente en Gueppí, sino en toda la Guerra de 1932-1933 e incluso en la del Caquetá de 1911, así como en la del 41, del 81 y del 95.

Nos encontramos frente a algo semejante a lo sucedido en la Guerra con Chile hace un poco más de un siglo. Las personas de Bolognesi, Ugarte, Grau y Cáceres simbolizan a toda esa gran cantidad de gente, loretanos entre ellos, que se ofrendaron en defensa de la soberanía nacional.

En la historia de todos los pueblos de la tierra ha sucedido siempre algo así. Las grandes gestas patrióticas tienen como protagonistas a muchas personas, pero una o unas pocas son reconocidas con su nombre y pasan a simbolizar a todo el grupo. A veces desde un primer momento y otras con el correr del tiempo, se identifica al grupo con la persona. En unos casos es el jefe quien recibe la gloria como aconteció con Bolognesi y Grau. Otras es un subalterno, como sucedió con Cáceres en Tarapacá o con Alfonso Ugarte en Arica.

Esto nos coloca frente al asunto del rol de los individuos en la historia. No cabe duda que la historia la hacen los pueblos, pero hay líderes formales o informales que personifican a esos pueblos porque tomaron valiosas y heroicas iniciativas. En hombres y mujeres así están personificados los valores de cada pueblo. De esta manera estas personas se convierten en un paradigma, es decir en un ejemplo para todos los integrantes de ese pueblo y en ellos reposa un elemento importante de la identidad nacional.

Una pregunta que cabe hacerse tiene que ver con la forma en que se encumbra a una persona llegando a convertirse en ese paradigma. ¿Cómo fue que se encumbró a esa persona? Lo que sucede generalmente es que, desde un primer momento, los pueblos tienen una especie de “olfato” o intuición para identificarlo y difícilmente se equivocan. Con el correr del tiempo se agigantan, principalmente por los aportes de la investigación histórica. Un ejemplo claro de esto es lo sucedido con Cáceres a raíz de los estudios que continúan haciéndose sobre el papel que cumplió en la conducción de la Resistencia Nacional contra el invasor chileno. Sin embargo, su figura ha demorado en crecer.  Basadre acertadamente explica que esto se debió a que “no tuvo la suerte de morir en Huamachuco”. Es casi seguro que cada vez vaya siendo valorado más y más. Sin desmerecer a nuestros otros prohombres, es casi seguro que al cabo de algunas décadas ocupe un sitial en la historia nacional que hoy sea difícil de imaginar. Lo que pasa es que la historia de los pueblos está en constante construcción.

La identificación de la acción heroica poco a poco va simplificándose y en pocas palabras queda expresada siendo fácilmente comprensible para toda la población, incluso para los niños. Allí están el “tengo deberes sagrados que cumplir” de Bolognesi, el caballo blanco y la bandera de Alfonso Ugarte lanzándose desde el Morro, el acto generoso de Grau en Iquique, la fortaleza moral de Cáceres de persistir en la Resistencia Nacional a pesar de las traiciones y los múltiples sinsabores.

En nuestro caso, el pueblo loretano, desde un inicio, sin desmerecer a los demás, identificó a Fernando Lores como el líder informal en lo glorioso que tuvo lugar la mañana del 26 de marzo de 1933 en que fuimos derrotados en Gueppí. La memoria colectiva del pueblo lo ha ido encumbrando con el correr del tiempo. No cabe la posibilidad de que haya habido intereses particulares en levantar su figura. ¿Qué afán pudiera haber habido para intentar realzar a un sargento de 26 años habiendo jefes y oficiales que también habían destacado por su valor? En Lores encontramos, sin duda, un caso típico de héroe popular.

FERNANDO LORES TENAZOA Y SU TIEMPO

 

Suele suceder que, en la vida de los pueblos, sus hechos gloriosos y sus personajes sobresalientes quedan congelados en el tiempo y descolgados de su contexto. Algo de esto es lo que está aconteciendo con Fernando Lores Tenazoa y con el Combate de Gueppí. En realidad, la vida de una persona o un determinado acontecimiento no puede entenderse a cabalidad si no se tiene en cuenta lo que estaba pasando en esos momentos en la vida de ese pueblo. De allí que, al conmemorar el 75 aniversario de su inmolación, vale la pena que nos preguntemos ¿Cómo era Iquitos, Loreto y la Amazonía peruana en aquellos tiempos? ¿En qué guerra se produjo el histórico Combate de Gueppí?

 

María Tenazoa dio a luz al bebe en la madrugada del 27 de abril de 1906. Ella tenía 25 años y éste era su tercer hijo. Antes habían nacido dos mujercitas, Rosa y Luisa. Hubo dos hijos más, Julio y Josefina. María era tarapotina. El padre, Benito Lores, era limeño, de 42 años. No se encontraba en Iquitos en momentos del alumbramiento. Había tenido que viajar al Putumayo para ocupar el cargo de comisario de esa zona. Era también jefe de la lancha "Iquitos". Recién conoció a su hijo tres meses después, al regresar de aquel río, que no era frontera con Colombia, ya que el Perú llegaba hasta el Río Caquetá, mucho más al norte.

 

Cuando nació Fernando su familia vivía en la cuadra cuatro de la calle Arica. Pocos meses después se mudaron a la calle Nanay y posteriormente al jirón Pastaza donde transcurrió su infancia, adolescencia y juventud.

 

Nueve años antes de su nacimiento, en 1897, Iquitos había comenzado a ser la capital del departamento de Loreto. Hasta ese entonces y desde mucho tiempo atrás, Moyobamba había sido la capital. La población de nuestra ciudad era de unos doce mil habitantes, entre los cuales había buena cantidad de ciudadanos de 21 países. En realidad, la mayor parte de población de aquellos tiempos no había nacido en Iquitos, los padres de Fernando, por ejemplo. Los antiguos pobladores indígenas del pueblo Iquito habían tenido que irse a vivir a las afueras de la ciudad y principalmente a la parte alta del Río Nanay, ya que la mucha gente que llegaba iba ocupando el centro. Cada día había menos viviendas con techo de palma y se construían aceleradamente casas al estilo europeo y también locales para las empresas comerciales y bancarias.

 

Unos cuarenta años antes del nacimiento de Fernando Lores, Iquitos había comenzado a dejar de ser un pequeño caserío. Su crecimiento fue rapidísimo. Mucha gente vino de los pueblos que hoy conforman el departamento de San Martín. Allá sólo quedaron los ancianos y algunas mujeres con sus niños. Una de las muchas mujeres jóvenes que vinieron fue María Tenazoa. Precisamente en 1906, año del nacimiento de Fernando, los antiguos pobladores de esos pueblos lograron separarse de Loreto y se creó el departamento de San Martín. Esta fue la respuesta al abandono en que se encontraban debido al agobiante centralismo iquiteño. Todos los recursos presupuestales para Loreto se quedaban acá y nada llegaba a ciudades y pueblos antiguos como Moyobamba, Rioja, Tarapoto o Saposoa.

 

Cuando nuestro héroe estaba todavía en el vientre materno, se instaló por primera vez en Iquitos el servicio de alumbrado eléctrico a cargo de una empresa privada. María tenía cuatro meses de gestación cuando se inauguró el ferrocarril que atravesaba la ciudad, del cual nos queda como recuerdo la locomotora de la Plaza 28 de julio. El niño tenía seis años cuando se puso el agua potable y se estableció la comunicación por telégrafo con Lima. Eran tiempos en que se cocinaba con carbón o leña. Los fogones eran cubiertos con una tapa de lata para disminuir el fuego. Cuentan que el travieso Fernando, a los tres años, se quemó el trasero al sentarse en una de esas latas calientes que su mamá había dejado sobre unos ladrillos cerca al suelo. Fue fuerte la quemadura, ya que estuvo dos meses en tratamiento.

 

Es posible que Fernando haya sido uno de los niños que corrían al lado de los soldados que partían o regresaban del Río Caquetá en la Guerra con Colombia de 1911. Tenía en esos tiempos cinco años.

 

A los seis años, en 1912, comenzó a ir a la escuela. El Estado dedicaba buena parte del presupuesto nacional de educación a las escuelas de Iquitos, dado su crecimiento acelerado. A esa misma edad fue bautizado. Este acto religioso fue quizás uno de los últimos actos del párroco de Iquitos, el padre Pedro Correa, ya que, luego tuvo que irse de esta ciudad donde había estado por unos veinte años. Lo que sucedió fue que, desde 1901, se había producido un problema al interior de la Iglesia Católica, porque prácticamente había dos párrocos en la ciudad. El otro era un misionero agustino, integrante del grupo que habían sido enviados por el Papa al crearse el Vicariato San León del Amazonas, hoy Vicariato de Iquitos. Las autoridades municipales no querían que los agustinos se quedaran en la ciudad, sino que se fueran a vivir a los caseríos.  Según estas autoridades, los misioneros habían sido enviados para “evangelizar a los salvajes” y como “en Iquitos no había salvajes”, no tenían por qué quedarse. De esta manera, se pusieron a favor del padre Correa, quien dependía del obispo de Chachapoyas, la máxima autoridad religiosa en la Amazonía peruana en aquellos tiempos. Todo hace ver que el alcalde y los regidores estaban contentos con el padre Correa, ya que éste se dedicaba a su labor religiosa sin preocuparse por lo que sucedía a su alrededor. Y lo que acontecía no era cualquier cosa. Era muy grave lo que estaba pasando por esos tiempos.

 

Cuando Fernando Lores fue bautizado, a los seis años, la ciudad de Iquitos seguía conmocionada por un escándalo judicial. Los acusados eran Julio César Arana, el hombre más importante en la Amazonía peruana, juntamente con sus socios y varios de sus empleados. Estos últimos estaban presos en la cárcel de la calle Brasil. Este juicio es conocido en la historia de Loreto como el "Escándalo del Putumayo" y se inició al haberse puesto al descubierto los crímenes que se habían venido cometiendo contra la gente indígena de ese río que hoy marca la frontera con Colombia. Se calcula que unas 50 mil personas fueron asesinadas de la manera más horrenda en la extracción del caucho. El juicio se había iniciado en 1907, cuando Fernando tenía un año de nacido. En el Perú y en el extranjero se escribieron libros y artículos periodísticos sobre estos hechos abominables. El Putumayo era nombrado en Estados Unidos, Inglaterra, España y casi todos los países del mundo. La "Peruvian Amazon Company", la empresa de Julio C. Arana, se había hecho tristemente famosa. Colombia se aprovechaba del escándalo y ponía todo de su parte para que se desprestigiara el Perú, ya que por fin había encontrado un pretexto para reclamar el Putumayo, el que nunca le había pertenecido.

 

La época del caucho es la etapa más negra de nuestra historia amazónica. Ni siquiera en tiempos de la dominación española los pueblos indígenas habían sido tratados de manera tan ignominiosa y todo con el afán de obtener grandes ganancias con la explotación cauchera. Esas ganancias salían de la muerte y sufrimiento de la gente indígena a quienes no solamente no se les pagaba salario, sino que se les esclavizaba. Las torturas y asesinatos se producían cuando un indígena no cumplía con entregar los diez kilos diarios de caucho a que estaba obligado o cuando se negaba a trabajar en estas condiciones. La gente de Arana en el Putumayo buscaba "escarmentar" a los que no cumplían con lo que ellos ordenaban para que no cundiera, según ellos, el mal ejemplo. Las autoridades que tenía el Perú en el Putumayo se hacían de la vista gorda. Es posible que este haya sido el papel que le tocó cumplir a Benito Lores, el padre de Fernando. Durante sus primeros años de vida, nuestro héroe no tuvo a su papá a su lado, ya que éste pasaba la mayor parte del tiempo allá y sólo venía de cuando en cuando.

 

Tan grave era todo esto, que el Papa Pío X, hoy San Pío X, escribió una encíclica condenando los crímenes del Putumayo. Este documento fue firmado en Roma un mes después del bautismo de Fernando Lores, en 1912. Podría ser que debido a eso se terminara el problema entre el padre Pedro Correa y los agustinos, ya que ese año estos misioneros se hicieron cargo de la parroquia de Iquitos.

 

El crecimiento acelerado de Iquitos y su progreso se debieron pues al auge de la explotación del caucho. Por eso se puede decir que Iquitos se construyó con sangre y sufrimiento indígena.

 

Sin embargo, la entrada de Fernando Lores a la escuela, en 1912, coincidió con la caída del negocio del caucho. Nuestras exportaciones caucheras se fueron al suelo de la noche a la mañana en 1911 debido a que el caucho que producía Inglaterra en las plantaciones de sus colonias asiáticas, establecidas con semillas robadas de nuestra Amazonía, era de mejor calidad que el nuestro que crecía al natural y también porque ese caucho llegaba a las grandes ciudades consumidoras a menor precio que el nuestro. Esto hizo que prácticamente quedáramos fuera de la competencia en el mercado.

 

Años después, José Carlos Mariátegui diría que lo del caucho no pasó de ser una ilusión y que no supimos darnos cuenta de que era así. Por eso afirma que, con la caída del caucho, Loreto sufrió un cataclismo. Fue así en realidad. Las empresas quebraron, los grandes patrones caucheros se fueron a Lima o a Europa. Se llevaron todo el dinero. Aquí sólo quedó el desempleo y la pobreza. La mayor cantidad de gente que había venido de San Martín se quedó aquí o en los caseríos que se habían creado para el trabajo del caucho. No podían regresar a su tierra como fracasados. Entre la gente que se quedó estuvo María Tenazoa, la madre de Lores. Entre los que se fueron estuvo su padre. No tenía aquí nada qué hacer. Abandonó a su familia y se fue a vivir a Lima. Fernando tenía siete años.

 

La infancia y adolescencia de Fernando Lores transcurrieron en los tiempos de grave crisis que sucedió a la época del caucho. María había quedado sola y sus dos pequeños hijos varones, Fernando y Julio, tuvieron que ponerse a trabajar, primero vendiendo botellas vacías y luego ayudando a cargar bultos o hacer encargos. A los doce años, cuando terminó la primaria, entró a trabajar en un taller de confección de zapatos. Los testimonios que se han recogido de los que lo conocieron lo muestran como un niño juguetón y con iniciativa. Esto hizo que se metiera de malabarista trabajando para Liborio López, un famoso prestidigitador. Actuaba en el Teatro Imperio en la Plaza 28 de Julio. Con el tiempo este lugar se convertiría en el Cine Loretano y mucho más tarde en el Cine Bolognesi. También se hizo teatrista. Su nombre artístico fue "Perote".

 

A los 15 años, nuestro Fernando había sido ya muchas cosas: mandadero, cargador, fabricante de zapatos, cómico, boxeador y también futbolista. Formó parte del Club Tuta. Con estos antecedentes, a nadie puede llamar la atención que vistiera el uniforme militar cuando ese año de 1921 se produjera el levantamiento federalista dirigido por el capitán Guillermo Cervantes. Es fácil imaginárselo metido en la revuelta.

 

Después del fracaso del movimiento cervantista, Fernando sintió que Iquitos le quedaba chico. Por eso, a los 20 años se fue a Lima. Su objetivo era ser militar. Es posible que hubiera visto en Cervantes un ejemplo. Usó la antigua vía del Huallaga hasta Moyobamba, Chachapoyas, Cajamarca, Trujillo y Lima. En su recorrido y en la capital se ganó la vida con los oficios que tan bien conocía. En Lima ingresó al Ejército en 1927. Seis años después consiguió una muerte gloriosa en Gueppí.

 

LA GUERRA CON COLOMBIA

 

El Combate de Gueppí, el 26 de marzo de 1933, fue uno de los encuentros armados que se produjeron en la guerra librada a raíz de la Toma de Leticia el primero de setiembre de 1932. El gobierno de Leguía había entregado, por el Tratado Salomón-Lozano de 1922, la décima parte del territorio nacional al vecino país, cumpliendo así de manera servil las órdenes del gobierno de los Estados Unidos. En 1930 se ejecutó dicho Tratado y nuestra ciudad de Leticia, junto con toda la enorme franja entre el Caquetá y el Putumayo, dejo de pertenecer al Perú convirtiéndose en territorio colombiano. La población peruana de esos territorios también fue entregada a Colombia. Dos años después, en 1932, el valiente pueblo loretano, dirigido por la Junta Patriótica de Loreto, capturó la ciudad de Leticia con armas en la mano. Este hecho provocó la Guerra del Putumayo.

 

Después del Combate de Gueppí, el heroísmo de Lores y sus compañeros hizo que los combatientes peruanos pelearan con mayor entusiasmo. Así, por ejemplo, unas tres semanas después, el 15 de abril, en un operativo de sorpresa, en el lugar denominado Calderón, en la orilla coombiana del Putumayo, nuestra gente tuvo un brillante triunfo, en el que destacó el joven sargento Carlos Sicchar Velásquez, quien estuvo a cargo de la mortífera ametralladora. Vaya el homenaje a nuestro gran amigo, fallecido hace muy poco, tronco de una familia de hijos de Loreto que ha heredado su vena patriota. 

 

En momentos en que conquistábamos éxitos en la guerra, nuevamente se produjo la traición del gobierno de Lima, esta vez del mariscal Oscar R. Benavides, quien acordó con Colombia el alto al fuego y llevó a cabo negociaciones diplomáticas que culminaron en la devolución de Leticia a Colombia.

 

Fernando Lores se inmoló a los 26 años, a un mes antes de su 27 cumpleaños, cuando estaba próximo a casarse. Es sin, duda, un ejemplo de joven loretano.

lunes, 10 de octubre de 2022

MARIATEGUI Y LA AMAZONÍA

 

Gracias a mi buen amigo, el inolvidable Maestro de maestros, Pepe Barletti, tengo el inmenso gusto de compartir con ustedes el facsimil que escribiera hace diecisiete años.

MARIATEGUI Y LA AMAZONIA:

DE LA ILUSION A LA IMAGINACION

 

José Barletti

Casa Mariátegui

14 de junio de 2005

 

·          Pocas líneas dedica José Carlos a la Amazonía.

 

·          Hay dos textos explícitos, ambos en los Siete Ensayos.

 

·          En un  esfuerzo por tomar la integralidad de su pensamiento, se puede tener un hilo conductor en la contraposición que él establece entre ilusión e imaginación.

 

Parece que José Carlos da a la palabra ilusión una carga negativa, mientras que la densidad que da a la palabra imaginación es positiva. Algo de esto último se encuentra en su pequeño ensayo sobre la imaginación y el progreso que aparece en El Alma Matinal.

 

En las dos importantes apreciaciones sobre la Amazonía que aparecen en los Siete Ensayos José Carlos da una connotación negativa a la palabra ilusión.

 

Da la impresión que sostuviera una tesis implícita sobre el significado de la Amazonía para el Estado peruano y para el pueblo peruano. Con relación a la Amazonía habría una ilusión, pero estaríamos muy lejos de hacerla centro de una creadora y fructífera imaginación. 

 

·          Dos textos de Mariátegui sobre la Amazonía:

 

En el primer ensayo, Esquema de la Evolución Económica, cuando se refiere al carácter de nuestra economía actual, la de los años veinte, señala ocho hechos. El sexto hecho es la ilusión del caucho y anota lo siguiente:

 

“En los años de su apogeo el país cree haber encontrado El Dorado en la montaña, que adquiere temporalmente un valor extraordinario en la economía y, sobre todo, en la imaginación del país. Afluyen a la montaña muchos individuos de la “fuerte raza de los aventureros”. Con la baja del caucho, tramonta esta ilusión bastante tropical en su origen y en sus características”. (p.27, en la 68 edición, año 2000).

 

En el sexto ensayo, sobre Regionalismo y Centralismo, se refiere a la Amazonía de manera breve. Cuando analiza la región en la República, afirma:

 

“El Perú, según la geografía física, se divide en tres regiones: la costa, la sierra y la montaña. (En el Perú lo único que se halla bien definido es la naturaleza). Y esta división no es sólo física. Trasciende a toda nuestra realidad social y económica. La montaña, sociológica y económicamente, carece aún de significación. Puede decirse que la montaña, o mejor dicho la floresta, es un dominio colonial del Estado Peruano. Pero la costa y la sierra, en tanto, son efectivamente las dos regiones en que se distingue y separa, como el territorio, la población”. (p.204)

 

A partir de allí, hasta el final de este ensayo, José Carlos sólo se refiere a la costa y a la sierra. Sin embargo, al terminar este segundo texto, nos lleva a un extenso pie de página, en que continúa su reflexión sobre la Amazonía, debatiendo con una ilustre loretana, la yurimaguina Miguelina Acosta Cárdenas.  Leamos el pie de página:

 

“El valor de la montaña en la economía peruana – me observa Miguelina Acosta – no puede ser medido con los datos de los últimos años. Estos años corresponden a un período de crisis, vale decir, a un período de excepción. Las exportaciones de la montaña no tienen hoy casi ninguna importancia en la estadística del comercio peruano, pero la han tenido y muy grande, hasta la guerra. La situación actual de Loreto es la de una región que ha sufrido un cataclismo.

 

Esta observación es justa. Para apreciar la importancia económica de Loreto es necesario no mirar sólo a su presente. La producción de la montaña ha jugado hasta hace pocos años un rol importante en nuestra economía. Ha habido una época en que la montaña empezó a adquirir el prestigio de un El Dorado. Fue la época en que el caucho apareció como una ingente riqueza de inmensurable valor. Francisco García Calderón, en El Perú Contemporáneo, escribía hace aproximadamente veinte años que el caucho era la gran riqueza del porvenir. Todos compartieron esta ilusión.

 

Pero, en verdad, la fortuna del caucho dependía de circunstancias pasajeras. Era una fortuna contingente, aleatoria. Si no lo comprendimos oportunamente fue por esa facilidad con que nos entregamos a un optimismo panglossiano cuando nos cansamos demasiado de un escepticismo epidérmicamente frívolo. El caucho no podía ser razonablemente equiparado a un recurso mineral, más o menos peculiar o exclusivo de nuestro territorio.

 

La crisis de Loreto no representa una crisis, más o menos temporal, de sus industrias. Miguelina Acosta sabe muy bien que la vida industrial de la Montaña es demasiado incipiente. La fortuna del caucho fue la fortuna ocasional de un recurso de la floresta, cuya explotación dependía, por otra parte, de la proximidad de la zona – no trabajada sino devastada – a las vías de transporte.

 

El pasado económico de Loreto no nos demuestra, por consiguiente, nada que invalide mi aserción en lo que tiene de sustancial. Escribo que económicamente la Montaña carece aún de significación. Y, claro, esta significación tengo que buscarla, ante todo, en el presente.  Además, tengo que quererla parangonable o proporcional a la significación de la Sierra y de la Costa. El juicio es relativo.

 

Al mismo concepto de comparación puedo acogerme en cuanto a la significación sociológica de la Montaña. En la sociedad peruana distingo dos elementos fundamentales, dos fuerzas sustantivas. Esto no quiere decir que no distinga nada más. Quiere decir solamente que todo lo demás, cuya realidad no niego, es secundario.

 

Pero prefiero no contentarme con esta explicación. Quiero considerar con la más amplia justicia las observaciones de Miguelina Acosta. Una de éstas, la esencial, es que de la sociología de la Montaña se sabe muy poco. El peruano de la Costa, como el de la Sierra, ignora al de la Montaña. En la Montaña, o más propiamente hablando, en el antiguo departamento de Loreto, existen pueblos de costumbres y tradiciones propias, casi sin parentesco con las costumbres y tradiciones de los pueblos de la Costa y de la Sierra. Loreto tiene indiscutible individualidad en nuestra sociología y en nuestra historia. Sus capas biológicas no son las mismas. Su evolución social se ha cumplido diversamente.

 

A este respecto, es imposible no declararse de acuerdo con la doctora Acosta Cárdenas, a quien toca, sin duda, concurrir al esclarecimiento de la realidad peruana con un estudio completo de la sociología de Loreto. El debate sobre el tema del regionalismo no puede dejar de considerar a Loreto como una región (Es necesario precisar: A Loreto, no a la “Montaña”). El regionalismo de Loreto es un regionalismo que, más de una vez ha afirmando insurreccionalmente sus reivindicaciones. Y que, por ende, si no ha sabido ser teoría, ha sabido en cambio ser acción. Lo que a cualquiera le parecerá, sin  duda, suficiente para tenerlo en cuenta.  (p.204-206)

 

   

·          Miguelina Acosta Cárdenas.

 

Nació en Yurimaguas en 1898, en plena Época del Caucho. Como otros hijos de caucheros, fue a estudiar a Europa (Suiza). A su regreso, fundó el Colegio de Señoritas de su ciudad natal y también el primer centro de educación inicial. En los años 20 fue a Lima y estudio Derecho en la Universidad de San Marcos y murió a los 35 años el 18 de octubre de 1933. Se graduó con la tesis sobre el derecho de la mujeres a sufragar en elecciones. Fue la primera mujer abogada en la historia del país. Fue integrante de la Asociación Pro Indígena, en la que medió en el conflicto sentimental de Dora Mayer con relación a Pedro Zulen. Fue asesora de sindicatos  en el Callao. Al año siguiente de muerte, la Federación Sindical llevó a cabo una romería a su tumba al cementerio de Baquíjano. En el número 12 de la Revista Amauta, en 1928, escribió un artículo sobre el derecho de los niños indios a la educación, en el que, después de presentar la realidad, propone el establecimiento de escuelas itinerantes.

 

Con relación al pie de página de los Siete Ensayos, trascrito líneas arriba, parece que Miguelina conoció el texto preliminar del ensayo sobre regionalismo y centralismo, lo cual motivó la observación a que hace referencia José Carlos. Evidentemente, era muy duro que una loretana aceptara que su región ya no tenía importancia en la vida económica y social del Perú, después de haber vivido del apogeo del negocio del caucho.

 

·          La Época del Caucho (1880-1920).

 

o    La caída del negocio del caucho: “Loreto sufrió un cataclismo”.

 

Guido Pennano, en su tesis doctoral sobre La Economía del Caucho (Iquitos: CETA, 1984), presenta con mucha precisión el proceso de la caída del negocio del caucho a partir de 1911, sustentando sus afirmaciones con series históricas por él construidas.

 

o    La prosperidad de las ciudades amazónicas, como Iquitos y Yurimaguas, se hizo con sangre y sufrimiento indígena. Llama la atención que José Carlos no haga referencia alguna a la esclavitud de la gente indígena amazónica para la extracción del caucho, más aún si se tiene en cuenta que contó con información de primera mano a través de Benjamín Saldaña Roca, quien había ejercido el periodismo en Iquitos en dos periódicos suyos (La Felpa y La Sanción). Saldaña había sido obligado a salir de Iquitos por los esbirros del cauchero Julio C. Arana y ya en Lima estuvo cerca de José Carlos. Por otra parte, es altamente probable que Mariátegui conociera el libro El Proceso del Putumayo, publicado en 1915, escrito por el juez Carlos Valcárcel con toda la información del juicio que le tocara conducir desde 1907. Así también debió haber conocido el Informe del cónsul inglés Roger Casement dado a conocer en 1912 y la Encíclica Lamentabili Statu de Pio X de 1912.  

 

·          La percepción de los pueblos de la Costa y de la Sierra sobre la Amazonía. 

 

o    La “montaña”, “el antiguo departamento de Loreto” y la “floresta” (Más de 80% de bosque en pie).

o    “El peruano de la Sierra y de la Costa ignora al de la Montaña”: Lo ignora en cuanto que no lo conoce.

o    Pedro Cieza de León y la percepción de la gente andina sobre la Amazonía..

o    La expansión civilizatoria hacia el oriente: La tesis doctoral de Víctor Andrés Belaunde de 1917,  “Las Marcas Orientales de Tahuantinsuyo” (Boletín X del IFEA).

o    La otra mirada: el quiebre con Julio C. Tello y las “mentiras sobre Loreto” (Hildebrando Fuentes).

 

·          La autonomía de procesos civilizatorios en la antiguedad: Mundo andino-costeño y Mundo-llano amazónico.

 

o    La articulación longitudinal de la Amazonía continental: “las amplias redes de intercambio” de Thomas Myers.

o    El nivel civilizatorio alcanzado por los pueblos amazónicos antes de la invasión europea.

o    La comprensión de los ecosistemas amazónicos: “Sus capas biológicas no son las mismas”.

 

·          El rol de los pueblos bisagra, de frontera ecológica, cabalgando entre dos mundos (Pastos y Quillacingas, Mindalaes, Bracamoros, Chachapoyas, Chupaychos, Vilcabambas). (Kuelap está descontextualizado).

 

·          “La individualidad de Loreto en nuestra sociología y en nuestra historia”.

 

o    La parcelación de la Amazonía a partir de la invasión española y la dominación colonial: La pérdida de la articulación longitudinal.

o    El levantamiento indígena de Jeberos y Lagunas de 1809.

o    El proceso de la Independencia en la Amazonía (Higos Urco).

o    Las herencias culturales en la Amazonía peruana.

o    La voluntad autonómica (El Movimiento Federalista de Loreto).

 

·          El Estado peruano y la Amazonía:

 

o    “Dominio colonial del Estado Peruano”: (Afirmación de José Carlos duramente respondida por Víctor Andrés Belaunde en La Realidad Nacional).

o    La política amazónica del Estado Peruano.

 

·          La imaginación del futuro.

 

o    Recoger la ironía de Mariátegui: El regionalismo de Loreto no ha sabido ser teoría. Es pura acción. (Algo es algo).

 

“Mi sangre y mis ideas”, unidad de pensamiento y acción, siempre reclamada por Mariátegui. Pensamiento transformador más que pensamiento contemplativo, resalta Gustavo Gutiérrez.

 

o    Del “vago sentimiento de malestar” a la “sólida aspiración programática”.

o    La rearticulación longitudinal de la Amazonía peruana.

o    “Uno no prevé ni imagina sino lo que ya está germinando, madurando en la entraña oscura de la historia”. (Ensayo sobre La imaginación y el Progreso, en El Alma Matinal). 

o    La Amazonía continental y la Amazonía andina (Los países amazónicos andinos poseemos el 33% del territorio amazónico continental, siendo el Perú el mayor de éstos, con 11% del territorio amazónico).

lunes, 19 de septiembre de 2022

COMBATE DE LA PEDRERA

 

El 10 de julio de 1911 habiendo efectuado a medio día en secreto
una lenta y difícil travesía fluvial, llegó la expedición peruana a proximidades
de La Pedrera. El comandante Benavides envió en un bote,
como parlamentario al sub-tnte. Alberto Bergerie con las banderas peruana
y blanca, un corneta y bogas, ante el comando colombiano,
intimando la desocupación de la margen peruana en el plazo de dos
horas a contarse del momento en que los colombianos tomaran conocimiento del “ultimatum” y advirtiéndoles que si se notaban movimientos
sospechosos o actitudes hostiles, se procedería de inmediato por lafuerza; invocaba también las reglas del derecho internacional del tratamiento a los parlamentarios.

El general Gamboa que había destacado tropas al mando del
general Gabriel Valencia a Puerto Córdova, aguas arriba de La Pedrera
y a un día de camino de este lugar, solicitó que se postergara el plazo a
dos días para dar una respuesta definitiva. El jefe peruano expresó
que la proposición era inaceptable y que por lo consiguiente, al expirar
las dos horas señaladas, se procedería a hacer uso de la fuerza para
la desocupación y hacer respetar la integridad del territorio patrio (1).

La Pedrera está situada en una elevación rocosa del terreno que
domina completamente el río, en la margen derecha del Pure, afluente
del Caquetá. Aguas abajo del campamento colombiano, el terreno es
bajo e inundable, aguas arriba del río es abordable. Frente a la guarnición
existe una “cashuera” formada por una línea de rocas unidas
por un fondo bajo y pedregoso, haciendo que el agua adquiera gran
velocidad al pasar entre ellas, formando fuertes remolinos en los extremos.
Esta “cashuera” no había sido pasada hasta entonces por ninguna
embarcación. Las tropas del general Gamboa se habían atrincherado
a lo largo de la orilla. El campamento se hallaba despejado y
rodeado de vegetación alta. En los alrededores de la guarnición colocaron minas para reforzar la defensa.

Dadas las condiciones del terreno, sólo un movimiento envolvente aguas arriba de la guarnición colombiana, permitiría el desembarco de las tropas peruanas y con ello atacar el flanco de la posición defensiva y luego fijar al enemigo de frente con la “América”. Este fue justamente el plan del jefe peruano; pero para ejecutar la primera fase era necesario que la cañonera peruana venciera el fuerte obstáculo natural que ofrecía la “cashuera”.

Terminado el plazo dado por el comandante Benavides, la cañonera “América” inició el desplazamiento, seguida por la “Loreto” que conducía tropas de desembarco; la “Tarapoto” y la “Estefita” quedaron amarradas con las tropas de reserva en la cabeza de la isla. Eran las 1520 horas. Este movimiento originó fuerte descarga de fusilería de parte de los colombianos, la cual aumentaba conforme el avance de los peruanos.
El tnte. Clavero en la “América” cubría a la “Loreto” en rumbo decididamente para atacar la posición enemiga. Estando limitada su maniobra al canal de navegación del río, esperó el momento oportuno para emplear sus cañones. A las 1620 horas el cañón de proa manejado personalmente por el tnte. Mercado, hizo el primer disparo, los que luego se sucedieron. La “América” se aproximó hasta 150 mts. de tierra hundiendo la lanchita colombiana de enlace, más no consiguiendo desembarcar las tropas peruanas del transporte “Loreto”, debido al intenso fuego de sus defensores.
Las cuatro veces que efectuó esta maniobra fracasó, regresando
a amarrarse a la isla a 1830 horas con la “Loreto”, habiendo sufrido ambas fuertes bajas. Murieron en esta acción el sub-teniente Alberto E. Bergerie en la “América” y el Teniente César Pinglo en la “Loreto” y además algunos soldados y marineros Fueron enterrados en la margen derecha del río aguas abajo de la posición colombiana, frente a la isla.
Los heridos se trasladaron a la “Tarapoto”.
Como justo homenaje a la memoria de estos oficiales las guarniciones peruanas de Pinglo en el Marañón y de Bergerie en el Putumayo llevan sus nombres.

Durante la noche de ese día en medio de una lluvia torrencial, la “América” en completo obscurecimiento efectuó fuego de hostigamiento sobre la guarnición colombiana, a fin de mantener en constante intranquilidad a la tropa enemiga en la creencia de un posible desembarco nocturno y disminuir su moral.
Al día siguiente 11, se reinició el combate entre las 10 y 11 horas habiéndose tenido que suspender entre las 14 y 16 horas por no haber obtenido ningún resultado positivo En ese día murió en la acción el contramaestre señalero José Navarro Solano primer apuntador de la pieza de popa.
Decididamente, no era ese el camino a seguir. Así lo comprendió el comandante Benavides, quien convocó una reunión a la que asistieron todos los oficiales, acordándose en ella forzar la cashuera y desembarcar
aguas arriba de la posición colombiana para atacar su flanco
izquierdo. La “América” debería luego fijar a los defensores atacándolos
por el frente. Se reunió a toda la tripulación y la tropa, arengándolos
ante la tumba de los oficiales, tripulantes y soldados muertos en la acción.
El día 12 a las 1045 horas avanzaron la “América” y la “Loreto”
en el orden indicado, resueltamente para forzar la “cashuera”. Entonces
ya se habían reforzado las tropas del general Gamboa con las del
general Valencia, procedente de Puerto Córdova y con los indios witotos
quienes con fusiles Winchester, disparaban desde los árboles.
La “América” soportando este intenso fuego continuó su avance
hacia la cashuera, quedando a 100 metros de la orilla, prácticamente
estacionaria debido a la fuerte correntada a pesar de dar toda fuerza
avante con sus máquinas. Esta situación la aprovecharon los colombianos,
que concentraron sus fuegos sobre ella barriendo la cubierta y
perforando sus planchas. Acribillada a balazos, Clavero da la orden de
levantar la presión de vapor hasta que “reventara la caldera”, logrando al fin después de 15 minutos, que la potencia de las máquinas vencieran
la corriente, el obstáculo natural insalvable que creían los colombianos.
Sólo el acendrado patriotismo de esos hombres, su valor y la decidida
voluntad de triunfar, pudieron más que esas caudalosas aguas.

La “Loreto” siguiendo la estela de la “América” y a pesar de habérsele
trabado el timón, logró también forzar el paso.
Libres del obstáculo natural, se dirigieron rápidamente a la margen
derecha del río como estaba planeado, donde desembarcaron las
tropas que atacaron al enemigo por su flanco izquierdo buscando la
retaguardia.
Mientras tanto la América’ regresaba para situarse frente a las
trincheras colombianas atacándolas decididamente y protegiendo el
avance de nuestras tropas.
El resultado del combate no se hizo esperar. Quienes habían invadido
nuestro territorio, sorprendidos por la brava maniobra de la
“América” y viéndose atacados por ambos frentes y que sus minas fallaron,
abandonaron sus posiciones internándose en el monte por una trocha
prevista a territorio del Brasil, dejando a sus muertos y pertrechos
Entre los invasores cayó prisionero el general Gamboa. Por nuestra
parte sufrimos muchas bajas. La “América” tuvo 38 impactos en su
casco y superestructura que luce actualmente orgullosa como prueba
fehaciente de su valiente actuación, los cuales intencionalmente no han
sido reparados.
En las últimas horas de la tarde de aquel memorable 12 de julio
de 1911 fue izado el pabellón peruano, ratificando nuestra integridad nacional en ese rincón de nuestra selva amazónica.

(1) Apuntes sobre algunas acciones de armas libradas en el teatro del nor-oriente,      Tnte. Crnl. Dn. Luís Velásquez del Carpio. Revista de Artillería N 30. 

miércoles, 14 de septiembre de 2022

MEMORIA

 

Brindo por la memoria

de las batallas que tuvimos

sin ningún muerto

o malherido,

por los años de reposo

en armisticio,

por las capillas levantadas

y el dios te guarde de la despedida,

no estábamos para pensar en el futuro

dependiendo de la voluntad de los mayores

aunque pasaran las aves en bandadas

las estaciones no se notaran claramente

o estuviéramos precisamente donde no nos buscábamos.

Cuando necesitábamos del fuego

del calor del abrazo y los mordiscos

de los líquidos confundidos posesivos

parando los relojes

dejando de sonar el día

ocupándonos estaban otros espacios

no teníamos por cierta la razón de nuestro encuentro

nos esperaban nuestros propios avatares

confundidos entre la hojarasca los libros y la música

los niños que paseaban juguetones

las mujeres apuradas al trabajo

los hombres

de reojo

mirando cabizbajos sus deseos.

De: "De lluvias y garúas"

FM  9/2008