Artículo periodístico de Pacarmón
Publicado en el diario “Impreso” Iquitos-Perú, columna “El
clamor de la barra” original s/f
Lejos de esta tierra (el autor se refiere a Iquitos-Perú), una mañana, las ondas de
una radioemisora, en su monótono informativo, hizo llegar a mis oídos la
infausta noticia del fallecimiento de Antonio Wong Rengifo… luego, estudiadas
frases de elogio a su personalidad y en simulado sentimentalismo el realce de
su vida y su obra.
Al sentir la puñalada del dolor, mi
pensamiento voló a la última vez que lo vi, sentado en su lecho, inclinada la
cabeza sobre sus brazos que descansaban en una silla; buscando comodidad para
su fatigado cuerpo, lacerado por el maldito mal que le consumía; buscando en la
música suave de un disco de su predilección, el olvido a su dolor, luchando por
la reconquista de esa salud, que hizo de él en otro tiempo, uno de los paladines
del deporte…
Todo había sido inútil. De nada sirvió su
tesonera voluntad, su empeñoso esfuerzo, su luchador carácter…Cual moderno
gladiador cayó vencido en plena lucha, por una fuerza que nadie puede dominar.
Muy pronto, cuando aun faltaba mucho por recorrer, cuando todavía en su mente
bullían nuevos planes y proyectos. El ciego destino le negó el paso y la nada
cortó su senda…
Incomprensible que se ensañara con quien
siempre dio más que lo que había recibido de la vida, y todo había conquistado
por su empeño y su visión.
Porque Antonio Wong fue siempre un luchador
victorioso; un artista innato; un soñador en la grandeza de su selva y en el colorido
de sus paisajes; un cantor que se inspiró en el rumor de la brisa, en el fulgor
de sus aguas, en el rugir de sus tempestades, en el sol canicular de su Loreto…
Niño aun, en la Plaza 28 de julio, pedaleaba
en su bicicleta por las noches y arrancaba a su armónica las notas musicales de
la época, causando la admiración de los mayores, por hacer ambas cosas a la vez
y con tanta maestría.
Después fue el acordeón, luego el piano en
autodidáctico proceso, y por último nos dio el regalo más preciado de nuestra
música regional: “Bajo el sol de Loreto”, cuya melodía tiene de autóctono,
clásico y criollo, como todas sus otras composiciones que no llegaron a
igualarla. Pero, en todas ellas ha dejado impresas su exquisita sensibilidad y su inquieta
vocación musical, que hizo de él un artista de la naturaleza.
Por eso, filmó tantos motivos de la selva;
paisajes crepusculares, que parecían ofrecérsele como doncellas en holocausto,
sólo para él…
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Y su nombre remontó el ande imponente, y cruzó
el mar, y sus películas llegaron hasta la meca del cine, llevando el mensaje
glorioso de su selva; sus costumbres y misterios que sólo para él se
descubrían…
En el deporte, Antonio Wong también fue un
predestinado. Desde los equipos infantiles vistió la celeste del José Pardo y
la defendió hasta el sacrificio.
Me honra decir que el trío defensivo del
segundo equipo, allá por el año 1925, estaba constituido por Antonio Wong en la
portería y Carlos Picón y yo en la defensa, y en ese puesto siguió
brillantemente hasta 1927, cuando en un memorable partido, jugándose el 29 de
julio, por primera vez en el Estadio Augusto B. Leguía, el último por el
campeonato de dicho año, el delantero Perea del Dos de Mayo, en una infortunada
jugada le rompió la clavícula contra uno de los parantes…
Antonio se había casado el día antes…
Pero, su naturaleza de hierro triunfó y no le amilanó
el contraste. Repuesto de la lesión, meses después, empezó a jugar en la delantera,
y lo hizo tan bien, que en 1935 formó parte de la selección, que por primera
vez disputó en Lima un campeonato nacional…
Ha sido, Antonio Wong, un hombre de toda
actividad y en todas ellas ha triunfado, pero su sencillez jamás buscó
publicidad ni elogios; jamás mentó su esfuerzo ni sus triunfos y sólo el
convencimiento tácito de los demás, le reconoció-antes íntimamente y hoy
públicamente-el valor de su obra, de su vida y sus acciones; labor fructífera
en beneficio de esta tierra, que hoy le guarda en su seno con amor de madre, y
cuyas maravillas llevó al conocimiento de todo el mundo.
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Antonio Wong, el artista, el amigo sencillo,
el de la amplia sonrisa y los brazos acogedores, el hombre de empresa, el
deportista, tiene un puesto de privilegio entre los hombres del Amazonas. Su
nombre ya está grabado, no sólo en el recuerdo de quienes lo apreciamos en vida
y lloramos al perderlo; sino de aquellos, que a través de sus obras apreciaron
su personalidad y admiraron su arte.
Si sentimos su inevitable pérdida, nos
enorgullece el haber sido amigos suyos y en el recuerdo que le guardamos le
ofrecemos el homenaje de admiración y afecto que supo conquistar con sus
virtudes…
Antonio Wong ha cumplido su tarea, para
nosotros, para su tierra, para su patria…
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