4. Masonería,
vínculos y acción política en Loreto
Uno de los aspectos más paradójicos de la masonería
es la relación entre esta y la política. Los linderos masónicos establecen que
los masones no deben participar como tales en ninguna forma de sectarismo
político (o religioso) y que ningún masón debe introducir ninguna controversia
de naturaleza política en la orden. La racionalidad de ello es que siendo la
francmasonería una institución que afirma la fraternidad entre sus miembros y
teniendo ésta por ideal la tolerancia, las discusiones sobre materias
políticas, tienen el riesgo de afectar la armonía entre sus miembros y llevar a
la ruina a la orden, como sucede en las instituciones sociales “profanas”. No
obstante, en tanto quienes integran la masonería deben definirse en primer lugar como hombres libres, se los alienta «como buenos ciudadanos» o se declara en entera libertad a sus miembros para afiliarse a las agrupaciones
políticas que mejor les parezca para realizar sus “ideales de perfecta ciudadanía”
(46)
En esa medida, la masonería proscribe del
templo y las reuniones masónicas los debates sobre política so pena
de ser sometidos a juicio masónico, prohíbe interrogar a los postulantes acerca
de sus opiniones políticas, deniega la posibilidad de asumir públicamente posiciones
políticas en nombre de la orden y
en general arrebatarse en discusiones políticas y menos de carácter sectario. Así por ejemplo, en 1896 la “Gran
Logia del Perú”, a través de su órgano El Libre Pensamiento, prohibía toda
discusión política o religiosa en sus sesiones y en las de sus logias subordinadas
(López, 1897: 12). Sin embargo, como lo señala Corbiere (1998: 207), aunque se supone que en las logias no se discute de política, se habla allí todo
el tiempo de política o de religión, al punto de que muchas veces las rupturas
han sido ocasionadas por diferencias políticas. Más aún, aunque no es dable que
existan logias asociadas a un partido determinado, confesión religiosa o
formación filosófica excluyente, lo cierto es que éstas han sido canales
fundamentales para la difusión de ideas y
planteamientos políticos en diversas épocas y aún bastiones para algunos
de éstos.
Algunos estudiosos de la masonería en Latinoamérica
han planteado que las logias han operado en ocasiones como “verdaderos frentes pre
políticos” y que ante la debilidad de las instituciones republicanas la
masonería cumplió un papel importante en la intercomunicación cívica,
fortaleciendo el entramado de la sociedad (Bastián, 1993: 9; Corbiere, 1998:
278) (47). Otros han examinado la hipótesis de la masonería como vía de acceso
al poder y como forma de organización política de la clase dirigente y
estructura organizativa de un determinado partido. (48). En el caso del Perú,
la francmasonería republicana ha sido estudiada principalmente desde sus
relaciones conflictivas con la Iglesia Católica y en relación a su actuación de
cara a determinados temas de reforma social. Sin embargo, carecemos de un
análisis cabal de su papel y sus intersecciones con las nacientes, débiles e
inestables estructuras partidarias. Tampoco se cuenta con un análisis de su
estructura y funcionamiento.
Una observación del franciscano Bernardino González
(1887) en su Examen crítico en el terreno de la filosofía sobre el folleto
intitulado Derecho Político o Liberalismo deja ver algunos aspectos relevantes
de la organización política y la
actuación de las logias. Argumentando en contra de las propuestas' de
reforma política planteadas por José María Quimper, B. González (1887: 90-91)
sostenía que en el Perú “el poder estaba ocupado por la masonería” y que entre “los liberales de la Cámara no
más de dos o tres” no eran masones. Aunque la afirmación de González podría
contener algún nivel de
exageración, ya que
hay que tomar en cuenta que en el contexto de la
segunda mitad del siglo XIX el apelativo de “masón” constituía un baldón o
motete empleado por la Iglesia Católica contra cualquiera que mostrara
independencia de criterio o afinidad con las reformas políticas, es evidente
que la afiliación masónica tenía entonces gran convocatoria en las filas de los
hombres públicos, propagandistas y políticos. Basta mirar el estudio de
Zanutelli (1996) acerca de la logia “Concordia Universal” para hacerse una idea
de su capacidad de convocatoria entre
los políticos y hombres de guerra en la segunda mitad del siglo XIX. Por lo demás, el primer y el segundo
militarismo parecen haber dejado una herencia importante en este terreno.
En el campo de la acción política, Bernardino
González (1887: 91) da cuenta de una práctica de la que se tiene noticias en
otras latitudes. Al decir de este autor, en el Perú la fraternidad servía al
propósito de las componendas electorales. Según éste, cada logia elegía sus
candidatos de acuerdo con la orientación de sus miembros y luego concertaba con
las otras a partir de la mutua comunicación de sus listas para “decretar” los nombres de los que debían ser apoyados. De
esta manera, al producirse las reuniones públicas para dar publicidad a los
candidatos, los masones quedaban “obligados” a hacer acto de presencia sin
mostrarse como tales y sin que el candidato se identificara como masón sino “como
demócrata” para ganar así al electorado profano. A su juicio, la concertación
entre las logias pertenecientes al “Gran Oriente” resultaba en que éste imponía
“su ley” mientras las discusiones en el Congreso se limitaban a atender “detalles”
(Gonzáles, 1887: 93) (49). En efecto, encontramos trazos de la intervención de la masonería en
los procesos eleccionarios en un
aviso de 1897 en el que la “Gran Logia del Perú” anunciaba que no se había
puesto de acuerdo con ninguna agrupación política para las elecciones
municipales y recomendaba abstenerse de tomar parte en la próxima votación (El
Comercio, 15.5.1897).
No podemos apreciar la exactitud de las afirmaciones
de B. González. Sin embargo, existen diversos indicios de que desde Lima el
mecanismo adoptado por los partidos y sus caudillos servía a efectos de
designar candidatos para las provincias. Nótese que la expresión “trabajar por
una candidatura”, para ser designado candidato se empleaba en la época
indistintamente para referirse a “hacer campaña”, en la localidad como para
indicar que se había ido a Lima a buscar la candidatura por provincias. Es muy
probable que en ese último contexto una carta de presentación de una logia de
una provincia alejada valiera tanto como una designación. Las logias federadas
a un mismo Gran Oriente pactaban eventualmente la designación de sus candidatos
a cambio de ciertos favores y era a través de ellas que sus miembros podían ser
anticipados de la fecha de las elecciones para asegurar la oportuna designación
de los colegios electorales que favorecerían al candidato de la provincia. Los
pactos beneficiaban a los partidos que de esa manera se aseguraban el
copamiento del mayor número posible de curules (50). En el Congreso la misma
lógica operaría respecto de la calificación de los colegios electorales. No
obstante, si esto era así, es evidente
que el sistema no siempre funcionaba.
La resistencia ofrecida
por las provincias
de Loreto y de otros tantos departamentos a la designación de candidatos
en Lima muestra que no siempre las
logias obedecían los dictados del Gran Oriente en materia electoral. Por otra parte,
en el incidente de las votaciones en
Bajo Amazonas para elegir
diputado en 1895 encontramos confrontados a un masón, Clemente Alcalá afín a
Piérola, con un candidato que no sabemos
si era masón pero que fue respaldado por el prefecto
Vizcarra, masón el mismo con buenas conexiones políticas y económicas en Lima e
Iquitos, y con los más connotados miembros
de la logia “Unión Amazónica”.
Independientemente de que el mecanismo de la
masonería para influir en las elecciones y el Congreso estuviera bien
establecido y fuera consistentemente efectivo, a lo largo de la segunda mitad
del siglo XIX los vínculos masónicos entre Lima y las provincias se
constituyeron en vehículo de articulación con personajes y grupos de influencia
en la escena política de Lima con el propósito de ganar
influencia ante el
poder central. Ya
he llamado la atención sobre el hecho de que entre los marinos, militares
y empleados de Hacienda que llegaron a Loreto para el apostadero y la Comisión
Hidrográfica en la décadas de 1860 y 1870 había varios iniciados o afiliados a
logias de la capital, las cuales hicieron extensivas sus vinculaciones a la
logia “Unión Amazónica”; éstas no se diluyeron con el tiempo. Antes bien, a
medida que algunos de éstas se asentaron
en Loreto (E. Espinar, T. Smith, B. Dublé, B. Coronel, E. Raygada, R.
Suárez, G. Donayre, C. Alcalá, A. Rivera, P. Márquez, O. Melena, A. Guichard,
etc.), vinculados a la administración y el comercio, y que los escenarios
locales se fueron ampliando con la expansión del comercio gomero, conservaron
sus relaciones y las hicieron extensivas a los comerciantes locales por vía de
la masonería. A través de estos vínculos fluyó hacia Loreto información
relativa a la orden, pero también a través de ellos los miembros de la “Unión
Amazónica” tuvieron acceso a normatividad legal “profana” y noticias de
acontecimientos además de canalizar sus intereses locales hacia la prensa de
Lima y otras provincias.
NOTAS A PIE DE PÁGINA
46. “La masonería frente a la política y la religión”
en Fraternidad (1994: 92-94. 105).
47. En los países hispano-americanos el caso más
evidente es el de la independencia, como lo fue también en Norteamérica y más
tarde en los casos de Filipinas y Cuba, a fines del siglo XIX.
48. Con relación a la Argentina, González Bernaldo
de Quiroz (1993: 280) encuentra que la
estrategia de acceso al poder vía la
masonería era particularmente efectiva en el caso
de los comerciantes pero que la
estrategia “concierne casi exclusivamente a la misma elite socio-cultural”. Al
analizar la masonería como pre partido político y estructura organizativa del
partido liberal encuentra, sin embargo, que en la votación partidaria por
candidatos masones pesaba a menudo por igual el voto masón que el no masón,
aunque reconoce que en la designación de candidatos ésta “pudo haber servido de
estructura organizativa para la actividad política y que ocasionalmente los
candidatos eran publicitados como alternativas “a los jesuitas” (González
Bernaldo de Quiroz, 1993: 283). Son particularmente ilustrativos los artículos
reunidos por Ferrer Benemelli (1993) y Bastian (1993).
49. Gonzáles mismo anota que similar
práctica estaba en uso en Francia
donde por reglamento masónico en las elecciones la logia debía
proponer el candidato masón para que obligatoriamente fuera “propuesto á los
hermanos de la Obediencia”. Otros artículos de este reglamento establecían que
los masones debían jurar emplear su influencia para asegurar el triunfo del
candidato de la logia y Gran Oriente, que el candidato debía tomar profesión de
fe en la logia, lo que debía quedar registrado en actas. Este reglamento habría
sido adoptado por todos los países. Según González Bernaldo de Quiroz; (1993:
283) en Argentina la masonería intervenía rara vez en las campañas electorales
para asegurar el voto a favor de un masón. Pero la autora aclara que la
masonería era una primera instancia “secreta” para acordar la designación de
los candidatos que ésta resultaba
particularmente efectiva cuando se trataba de votaciones indirectas. Esta
práctica fue denunciada en ocasión de definiciones en las que se trataba de
limitar la influencia social, cultural y política de la Iglesia Católica.
50. Nuria Sala i Vila me hizo notar la lógica de los
pactos de los partidos con las provincias en el último tercio del siglo XIX
aunque sin referirse a la masonería (comunicación personal, agosto 2004; ver
también Sala i Vila, 2001). Para poder probar, como aquí sugiero, la
superposición de estos pactos con los gestionados por la masonería sería
necesario realizar una revisión sistemática de la participación de los masones
en las votaciones en el Congreso, lo que está más allá de los alcances de este
estudio.
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